Crónicas

Quevedo convirtió el Palau Sant Jordi en una fiesta reguetonera ATP

El canario presentó su segundo álbum, Buenas noches, en Barcelona con un show cargado de hits.

El lunes 8 de septiembre, pasadas apenas las nueve de la noche, Quevedo apareció en el escenario del Palau Sant Jordi con un traje a cuadros que lo mostraba más cerca de un cantante pop romántico que del chico de calle que alguna vez irrumpió en las listas globales. El detalle no fue menor: el canario está en plena transformación del ídolo de barrio a figura pop total, y lo hace sin perder el pulso urbano que lo llevó hasta ahí.

Arrancó con fuerza: “Kassandra” abrió la noche y enseguida encadenó “Duro + Chapiadora.com” y “14 febreros”, marcando un comienzo vertiginoso. Desde el inicio quedó claro que el Buenas noches Tour no se trataba de un simple repaso de éxitos, sino de un espectáculo pensado en actos, donde las pantallas y el cuerpo de baile exagerado marcaban transiciones casi teatrales.

El público, una marea sub-20 con camisetas de Gran Canaria y celulares en alto, por momentos tapaba con sus gritos al propio cantante. Todos, sin distinción de género, coreaban cada frase con la devoción que alguna vez se le tuvo a ciertos rockstars. Quevedo parece haber encontrado la fórmula de un galán apto para todo público: cercano, accesible, un “chico común” al que el traje caro le sienta mejor que a cualquiera.

Un recorrido por himnos y sorpresas

Tras la introducción arrolladora, sonaron algunos de sus temas más celebrados: “Dame”, “Sin señal” y, por supuesto, “Playa del inglés”, que provocó uno de los picos de euforia de la noche. Le siguieron “Wanda” y “Vista al mar”, dos canciones que confirman su costado melódico, antes de dar paso a una sección más cruda con “Punto G”, “Guaya” y “Preñá”, esta última con la aparición sorpresa de Lucho RK, que hizo vibrar aún más al Sant Jordi.

El escenario central fue un acierto: permitía que casi todos los rincones del estadio tuvieran buena visión. Las luces, en sintonía con el ritmo, funcionaban como un decorado teatral. A mitad del show, cuando sonó “Ahora y siempre”, se produjo un quiebre: las pantallas gigantes se encendieron con imágenes que dialogaban con la letra, Quevedo se despojó del traje y apareció en musculosa, mucho más relajado, recorriendo cada esquina del escenario mientras saludaba tribuna por tribuna.

La conexión con Barcelona no pasó desapercibida. El artista recordó que hace apenas dos años tocaba en el Sant Jordi Club, “el hermanito menor” de este coloso de Montjuïc. “Gracias a los que estuvieron allá y están hoy acá”, soltó emocionado, consciente de la dimensión que tomó su carrera en tan poco tiempo.

El clímax de una noche redonda

El tramo final del show fue una catarata de hits. “Columbia” y “Buenas noches” elevaron la temperatura del estadio a niveles desbordantes. Pero nada se comparó con el cierre: “Mr. Moondial / Quédate”, el tema que junto a Bizarrap lo hizo mundial. La canción fue coreada como un himno colectivo, con el público iluminando la arena con miles de flashes de celular, en una postal que mezclaba fiesta electrónica con ritual pop.

El concierto dejó en claro que Quevedo atraviesa un momento clave: más reguetonero que nunca, con un segundo disco que debutó número uno en España y con una gira que agota entradas con meses de anticipación. Su propuesta excede lo musical: vende una narrativa de exceso —autotune al límite, luces enceguecedoras, coreografías desmesuradas— y, al mismo tiempo, la sencillez de un chico de Gran Canaria que sigue hablando el lenguaje de su generación.

“Nadie sabe lo que siento cuando doy las buenas noches”, canta en uno de sus versos. En Barcelona, lo compartió con 17 mil personas que respondieron al unísono: gritando, bailando y dejándose llevar por un nuevo ídolo que ya juega en las grandes ligas.

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